Ella les enseñó otra clase de sudor, uno muy olvidado en el pueblo de entonces. Les mostró el sendero sinuoso de las seducciones, el río voluptuoso que recorre las estratagemas del cuerpo. Les mostró la carne y los pecados que uno puede cometer a través de ella. El Credo se transformó en la redención del gemido.
Las tradiciones de esta secular sociedad se fueron adaptando a los parámetros de la sensualidad y de la idea de vida que el placer inculcaba en cada emisión de feromonas. En noches de luna llena, las lobas aullaban desde la libertad de sus celdas húmedas, las cuales se recubrían de barrotes de seda. El llamamiento licantrópico se extendía a los confines de la mente y culminaba en la mañana, cuando los aullidos se transformaban en sonrisas tersas y silencios.
Así fue como en este pueblo de gente envejecida por voluntad empezó a brotar la vida. Para el siguiente año, los aullidos de lobas se mezclaban ya con quejidos de lobeznos. Se erigió la imagen de Adán y Eva y se tomó como referencia imaginativa a aquellos dos llegados de alguna parte. Nacieron los hijos que habrían de sofisticar los gustos de este pueblo respecto al mundo. Nací yo, hijo de alguna admiradora más de tu madre, y tú, el que ahora me juzga, el hijo de la reina de la noche.
Todo estaba por empezar.
Así fue como en este pueblo de gente envejecida por voluntad empezó a brotar la vida. Para el siguiente año, los aullidos de lobas se mezclaban ya con quejidos de lobeznos. Se erigió la imagen de Adán y Eva y se tomó como referencia imaginativa a aquellos dos llegados de alguna parte. Nacieron los hijos que habrían de sofisticar los gustos de este pueblo respecto al mundo. Nací yo, hijo de alguna admiradora más de tu madre, y tú, el que ahora me juzga, el hijo de la reina de la noche.
Todo estaba por empezar.
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