No recuerdo con exactitud la primera vez que supe de ti. No obstante, tu influencia siempre ha sido una constante de esfuerzos y frustraciones, como un carrusel que pasea las emociones de niños ansiosos, y en algunos casos, egoístas. Me convertí pronto en tu hijo. El reflejo de tu imagen, tu espíritu santo, acudió a mis hombros una mañana de apogeo. Aprendí la comunión de los conceptos, el manual de las exclusiones, el libro de las dudas. Mi obediencia a tu culto fue intachable. Pero entonces hubo otro como tú que me mostró el filo opuesto de tu credo. Miré tu rostro por primera vez. Encaré la rebelión.
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